En medio de crisis, sanciones y desbarajuste interno vienen las elecciones presidenciales. Y la abstención las está rondando como el proverbial fantasma.
Aunque históricamente la alta participación electoral limitó el alcance de la abstención las últimas tres muestran un incremento considerable.
Y en las próximas ya no solo estará en juego el poco interés de la gente, sino una política activa de abstencionismo por parte del Frente Amplio.
¿Puede llegar a darse una abstención masiva este Mayo? Y si es así ¿Qué consecuencias tendría?
Abstencionismo
En la mayoría de los países del mundo la abstención electoral es crónica. Falta de representatividad de los partidos políticos y desinterés en la política la alimentan.
En Chile llega al 58%, en Eslovenia al 57,6% y en otros países supera también el 50%: Mali (54,2%), Serbia (53,7%), Portugal (53,5%), Lesoto (53,4%), Lituania (52,6%), Colombia (52,1%), Bulgaria (51,8%) y Suiza (50,9%).
En Estados Unidos la abstención ha ido creciendo sostenidamente desde los años sesentas, sobre todo entre los jóvenes.
En contraste en Venezuela la abstención siempre ha sido baja, rara vez superando el 40%. Incluso en años como 1993, en medio de un total desprestigio de la clase política, la abstención no pasó de esa cifra.
Con la aparición de Hugo Chávez en el panorama político, hace exactamente 20 años, rápidamente surgió el fenómeno de la polarización que pronto se consolidaría como toda una cultura política.
En ese contexto la abstención bajó a menos del 30% y entre el electorado activo el apoyo a Hugo Chávez se mantuvo entre el 55 y el 65% mientras el de la oposición antichavista se mantuvo entre 25 y 30%.
En síntesis la abstención era baja (aunque variaba según el tipo de elección: en las municipales y legislativas siempre era un poco más elevada) la participación alta, Hugo Chávez se estableció como una potencia electoral al que la oposición nunca pudo batir, pero el chavismo tampoco logró disminuir el rechazo virulento de un 30% de la población.
“Victoria perfecta”
Las elecciones de 2006 son la muestra más clara de cómo funcionaba la polarización “pura”.
Hugo Chávez que venía de ganar en 2004 con 60% de apoyo en un revocatorio en que hubo menos de 30% de abstención. En 2006, con menos de 25% de abstención, se dio la victoria de Chávez con casi 63% de los votos contra 37% de Rosales.
Es decir, casi lo duplicó. Esa fue, en efecto, la victoria perfecta de Hugo Chávez.
Las bases y las dirigencias creyeron que podía convertirse en un modelo que podría ser repetido elección tras elección: Chávez arrastraría mareas de votos que recibiría directamente o que le endosaría a sus candidatos.
Y en cierto sentido así fue. Pero como la misma cosa no puede pasar dos veces –al menos no de la misma manera– y este “modelo” empezó a echar agua casi desde el principio.
Desde 2007 empezó a incubarse una crisis de representatividad que primero afectó al chavismo y luego a la oposición y que se manifestó primero como disminución del caudal electoral y luego como abstención.
Crisis de representatividad
Todo empezó con el referéndum constitucional de 2007, la única elección importante perdida por Chávez. Con una abstención de casi 45% y una diferencia de un par de puntos porcentuales la propuesta del presidente fue derrotada.
Luego se recuperó en 2009 logrando que aprobaran la reelección indefinida, ganó con 55% y la abstención bajó a 30% parecía que todo había vuelto a la normalidad.
El problema fue que, a partir de entonces, la oposición empezó a recuperarse con victorias importantes en las elecciones regionales de 2008 (cuando empezó a ganar en las grandes ciudades) y, en las parlamentarias de 2010, en voto popular sacó casi la misma cantidad de votos que el PSUV (5.3 millones contra 5.4 millones).
Más importante, en las elecciones de 2012, en las que la abstención llegó apenas al 20% Chávez ganó con 55% de los votos contra un 44% de Capriles. La ventaja de 11% es grande comparada con las que obtienen los candidatos en otros países, pero mucho menor que la de 26% obtenida en 2006. Es decir, el apoyo a Chávez, aunque todavía colosal, se había reducido en un 15%.
Más aún, como puede comprobar cualquiera que revise las cifras en casi todos los municipios del país los votos de la MUD habían aumentado y los del PSUV disminuido. Esto incluye parroquias populares como el 23 de Enero, por ejemplo, donde Capriles alcanzó el 33% de los votos.
La tendencia, obviamente, continuó al año siguiente cuando Maduro se impuso con el 50.6 % sobre Capriles que sacó el 49.12 en unas elecciones con apenas un 20% de abstención. En esas elecciones Capriles obtuvo casi 37% de los votos en el 23 de enero.
Y luego, por supuesto, vinieron las parlamentarias de 2015 en que, con un 25% de abstención, la MUD sacó 7.7 millones de votos contra 5.6 del chavismo.
Parecía que la torta de la polarización se había volteado definitivamente, pero ¿era así?
Auge y caída de la MUD
Uno diría que, con una tendencia tan marcada, tendría que haberse dado algún tipo de discusión dentro del chavismo sobre lo que estaba pasando, pero no fue así.
Siempre es más fácil –y da más dividendos– el hacer apología que plantear problemas. Tras 2012 entre los comentaristas y medios del chavismo se celebraba la “victoria perfecta”.
Muy poca gente se tomó el trabajo de analizar las cifras para tratar de entender lo que estaba pasando, parecía que se pensaba que la mayoría electoral era un derecho adquirido o una potestad y no algo que se debe pelear día a día.
Y desde 2013 y 2015, la preocupación ha sido repetir el mantra que “los votos que se fueron volvieron” es decir, rehusarse a enfrentar la nueva realidad.
Pero como el esquema de la polarización no está solo en la mente de los chavistas, también la oposición metió la pata y de manera todavía peor.
En medio del canibalismo político se consideró a Capriles un fracasado, aunque había sido el único candidato competitivo que jamás tuvo la MUD (o cualquier versión de la oposición), el único que había superado el techo del 33% de apoyo.
Pero su falta de decisión y claridad no ayudó y en 2013 María Corina Machado y Leopoldo López lanzaron “La Salida” que no solo era una intentona contra el gobierno sino un evidente intento de quitarle el liderazgo a Capriles, cosa que lograron.
El cálculo de la dirigencia de la MUD era que el apoyo que el chavismo estaba perdiendo ahora se estaba volcando hacia ellos en un proceso irreversible.
Tal vez eso explique un poco porque Ramos Allup fantaseaba con ser presidente y sacar al chavismo en 6 meses.
Del voto castigo al abstencionismo
Sin embargo, y tras un intervalo de casi dos años, se dieron nuevos eventos electorales.
El ambiente estaba enrarecido por la crisis, las protestas de abril-mayo y los excesos de La Guarimba.
La oposición se quejaba de manipulación y ventajismo electoral y el gobierno clamaba haber recuperado apoyo gracias a su respuesta a la crisis y a los excesos de la MUD en los meses anteriores.
Sin embargo, no todo cuadraba con esas explicaciones.
Las primeras elecciones, las de la constituyente, fueron boicoteadas por la oposición. Eso las hizo muy importantes porque fue la primera vez que el chavismo se midió directamente con la abstención.
Según el CNE la participación fue del 41,53 por ciento del padrón electoral, más de 8 millones de venezolanos.
Eso hace una abstención de casi el 60% que, sin embargo, incluye a los votos antichavistas que no se manifestaron.
Las siguientes fueron las elecciones de gobernadores en las que inició el debate sobre participar o abstenerse: con una abstención del 40% el gobierno obtuvo el 61% de los votos y 18 gobernaciones, la MUD 44% de los votos y solo 5 gobernaciones.
Empezaron a aparecer denuncias de ventajismo y abusos de parte del gobierno las cuales no siempre eran respaldadas. Pero también se hizo visible el desprestigio de la MUD tras los dos meses de protestas salvajes, saqueos y guarimba.
Algunos plantearon, incluso, que parte de los votos del chavismo fue un voto castigo contra la política de “todo o nada” de la MUD en esos meses. El drama del estado Amazonas donde Guarulla se separó de la MUD y denunció fraude lo dice todo sobre la situación de esa alianza opositora.
Pero la cumbre de la abstención ocurrió durante las elecciones municipales de diciembre de 2017 donde, por primera vez en mucho tiempo, la participación del 47% fue menor que la abstención.
Es cierto que, de todas las elecciones, las municipales siempre han sido las de menor participación, pero muchos de los problemas planteados entonces siguen vigentes para las próximas.
Votar o no votar, he ahí el dilema
En plena polarización Venezuela y otros países del continente vivieron una inesperada relegitimación de la clase política que, por demás es muy rara. Tan rara como las bajas cifras de abstención en Venezuela.
Los dirigentes políticos (Chávez por sobre todos) eran dirigentes revolucionarios o luchadores por la libertad. En el mejor de los casos representaban luminosos ideales democráticos que había que seguir, en el peor, era necesario apoyarlos para evitar que el enemigo llegara al poder.
Lentamente, desde 2007, las diferencias internas que luego llevarían a la división del chavismo en uno leal al gobierno y otro disidente y de la oposición en varias tendencias se fueron incubando.
Además, el desgaste político y la deslegitimación, que son comunes en otros países, alcanzaron finalmente a la dirigencia política venezolana. El punto de inflexión parece haber sido la muerte de Hugo Chávez.
Ahora parece estarse manifestando el mismo rechazo a la clase política que existe en otros muchos países. Para el chavismo eso se manifiesta como la “disidencia chavista” y para la oposición con la idea de que la dirigencia política está “vendida” al gobierno.
Lo que parece que ocurrió primero fue que una porción del chavismo empezó a abstenerse mientras la MUD se alimentaba cada vez más del descontento o al menos de parte de él. Así llegaron a 2015 que fue la “apoteosis” de la oposición antichavista.
Pero tal como había ocurrido en el chavismo la dirigencia de la MUD asumió que los votos en las urnas y los cuerpos en las calles eran un apoyo incondicional cuando no era otra cosa que una manera de expresar el descontento a través de sus siglas y sus convocatorias.
Lo que parece que ha ocurrido desde finales del año pasado es que el descontento, por primera vez en nuestra historia, se ha ido convirtiendo en abstención.
Para los venezolanos el votar en las elecciones, independientemente de por quién, solía ser una afirmación de sus derechos políticos y una manera de expresarse.
Pero ahora cuando confluye una creciente desconfianza hacia los dirigentes políticos y el sistema electoral en sí (y ambas, obviamente, se retroalimentan) parece que para mucha gente simplemente no tiene sentido ir a votar.
Al fin y al cabo, todo voto es un voto por alguien.
Como sea, si la abstención puede volver a su 25-30% histórico depende de varios factores:
- Dentro del chavismo, donde la candidatura de Nicolás Maduro fue ratificada sin primarias, no hay muchas dudas de que para los votos duros se va dar por cierta la ecuación Votar x Maduro=defender la revolución. Pero ¿hasta dónde llega ese alcance del chavismo duro?, ¿cuánta gente arrastra?
- Si el presidente podrá traer de vuelta, como aparentemente ocurrió en octubre, algunos de los votos chavistas que se habían alejado en las elecciones anteriores. Sobre todo, porque existe una disidencia chavista que no quiere tener nada que ver con el gobierno y de la cual no se sabe la magnitud exacta.
- Luego está la pregunta de si Somos Venezuela podrá funcionar como plataforma amplia para recoger votos de gente que no sea chavista pero apoye al gobierno.
- Henri Falcón, por su parte, tendrá que mostrar si puede canalizar el descontento como lo hizo la MUD, sobre todo porque, en este caso, los ataques más virulentos vienen del antichavismo que le acusa de haber hecho un pacto con el gobierno para simular una elección verdadera y competitiva ¿Puede sacudirse la imagen de figurín?
- Si el nuevo Frente Amplio de la oposición puede convencer a la gente de que las elecciones son falsas y que por tanto no vale la pena ir a votar.
A favor de la oposición abstencionista está la emigración creciente y el hecho de que no tiene que proponer nada: solo decir que las elecciones son falsas.
Henri Falcón es el que la tiene más difícil porque tiene que demostrar que es una alternativa real, que vale la pena usarlo, aunque sea como vehículo de descontento, pero también que el proceso electoral no es simulado.
Aparentemente para el gobierno también la cosa es sencilla pues posee un núcleo de votos duros que no dudan ni se alejan de él. En un mundo donde la abstención en cualquier elección supera el 40 o 50% le bastaría con movilizar su maquinaria y dejar claro ganó limpiamente.
Pero en la práctica, en un contexto de aislamiento internacional, campañas mediáticas, ataques de antiguos dirigentes chavistas y sanciones internacionales, una elección con una abstención elevada, puede ser algo que le cueste muy caro en el futuro.
Así que en los próximos meses seguramente veremos los esfuerzos no solo para atraer votos hacia el chavismo sino para legitimar el proceso electoral y la dirigencia política ante la gente descontenta.
¿Es eso posible? Amanecerá y veremos.
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Por Fabio Zuluaga / Supuesto Negado