AL INTERIOR DE LA GUERRA

Al interior de la República las normas siempre se relajan. El cumplimiento de ellas es más lento a medida que se alejan de la capital y siempre da la impresión que el largo brazo de la ley se queda corto para socorrer a los más débiles de las manos de la “viveza criolla”.Bachaqueros y bodegueros por igual son juez y parte en la fijación de precios a expensas de sus clientes y sin que nadie (incluyendo las autoridades) los moleste.

¿Cómo se procura la comida la gente que vive en el interior? Hay tantas fórmulas como gente en esos estados del país.

Vaya una muestra caprichosa de casos reales contados por sus protagonistas, en la lucha por el pan nuestro de cada día.

Historia I

Carmen tiene 68 años, vive con su madre de 89 años en un campamento petrolero de Lagunillas en el estado Zulia que, como tienen que mudarlo a causa de un fenómeno llamado “subsidencia” (que la tierra se hunde a medida que le sacaron petróleo), aquello es un triste recuerdo de lo que alguna vez fue: el olvido es la fachada.
En agosto pasado, vencida por la escasez, decidió emprender una peregrinación mensual que la hace recorrer más de 700 kilómetros para hallar, en casa de sus familiares que viven en Caracas, productos que no puede procurarse “ni bachaquedaos”.
-Hace 8 meses que no conseguimos ni pasta, ni arroz ¡Coño, una se cansa de comer solamente arepa todos los días!
Ambas mujeres han hecho lo que su edad les permite: volvieron a sembrar en el patio algunas verduritas y se rebuscan con las amigas de la iglesia porque “ni loca me meto en una cola” asegura Carmen.
Carmen no tiene pensión a pesar de su edad.

Sin control

Tras el sabotaje petrolero, muchos ex trabajadores (algunos de la llamada Gente del petróleo) siguen viviendo en casas propiedad de Pdvsa y han proliferado pequeñas tiendas de víveres y charcuterías donde los precios los fija el antojo de quien tiene dinero para abrir una de esos abastos.
Aumentan a su gusto, los productos de limpieza, también los alimentarios, lo mismo que los vecinos bajan de peso.
Allí, por ejemplo, un jabón de baño de 90 gramos marcado en 90,16 bolívares cuesta 1.500.
-Y si reclamas te dicen que no estás obligada a comprar ¡Y ya! Ninguna autoridad les pone un para’o. Estamos a la buena de Dios.

Historia II

Carolina tiene 39 años y es madre soltera de una bebita de año y medio a la que debe dejar cada mañana en una guardería para poder ir a trabajar.
En la guardería no se la aceptan sino lleva al menos 5 pañales desechables al día.
-¿Con qué tiempo hago yo una cola?, me dice antes de responder una llamada del trabajo.
En Guanare, estado Portuguesa, un paquete de pañales desechables de 24 unidades, marcado en 360,09 Bs, se lo venden en 15.000, pero dependiendo del estado del país a donde los procure (valiéndose de internet), el precio puede llegar a 25.000 o más.
-Yo entiendo a los que me dicen que una no debe alimentar a esa mafia de los bachaqueros ¿Pero qué hago yo si no me aceptan a la niña en la guardería? ¿No trabajo?.

Historia III

Herminia cumplió 59 años a principios de enero. Es viuda y madre de una adolescentes. Trabaja limpiando baños en una escuela y su asignación salarial corre por cuenta de una misión educativa.
En las tardes arregla uñas para rebuscarse y saldar los gastos de una hija que cursa segundo año de bachillerato.
Los sábados y los domingos “algunas clientas” le pagan “alguito” para que les limpie la casa.
Aún así, debe esperar el socorro de vecinos y familiares para no quedarse sin alimentos a mitad del mes.
-Esta guerra es contra mí, contra los pobres”, tartamudea.

Historia IV

Antonio trabajaba como obrero del aseo urbano de Charallave, decidió renunciar porque dos sueldos mínimos (incluido el de su esposa) no les alcanzaba para llegar a fin de mes, con un hijo de dos años.
Tentado por unos amigos, se fue a Colombia buscando mejoras en sus ingresos. Allá vende empanadas en las calles, duerme en una colchoneta tendida en un cuarto alquilado y aunque hace un mes lo designaron como encargado del local de las empanadas, aún no ha podido enviar la primera remesa a su familia, luego de 6 meses en el vecino país.

Historia V

Dante es un hombre de casi sesenta años, jubilado. Vive en los Valles del Tuy. Todos los días baja al pueblo a procurar la comida. Compra maíz, lo sancocha y luego lo muele un par de veces hasta obtener la masa para las arepas.
Le pide a los dueños de las panaderías -a los que conoce- que le vendan harina de trigo y hace su pan y su pasta.
Procura los tomates “podridos” y hace sus passatas. Camina de su casa al centro (unos cinco kilómetros de ida y vuelta) para no gastar en pasaje.
Se le nota preocupado, ha adelgazado. Pero insiste en que nunca ha comido mejor, porque ahora él mismo hace su comida. Su entusiasmo es cuando menos aleccionador.

De cada historia, los métodos de la subsistencia, y esta lista:
-Reciclar y conservar. Pedir al vendedor de verduras los alimentos que van a desechar, pagarlos más baratos sino los regalan y luego intentar conservarlos.
-Autosustentabilidad. Producir desde dentro de la casa: helados, quesos, conservas, masas, harinas, para consumo propio e incluso para la venta.
-Sustitución. Sustituir la proteína de la carne por la combinación de leguminosas (aunque las caraotas estén costosas, rinden más) y cereales (maíz, arroz, pasta -de elaboración casera-).
-Elaboración de desodorantes, pastas dentales, jabones y detergentes. Desuso de productos cosméticos.
-Trueques de productos por otros, e incluso de productos por servicios.
-Hacer una vaca (juntarse entre varios y pagar al bachaquero más cercano el costo aumentado de un bulto de harina, arroz, azúcar o algún otro producto de primera necesidad para luego repartirlos entre los participantes).

La renta mental

Los sistemas solidarios de abastecimiento que no dependen del gobierno, aunque existen con muy buenas experiencias, siguen siendo pocos y tratar de resolver de forma individual el problema del abastecimiento de alimentos, predomina en una población cruzada de norte a sur por la cultura de la renta petrolera.
En los anaqueles de los estados que hacen frontera con otro país, y de los que guardan en su territorio algún puerto, inauguraron una nueva etapa de la guerra, una vitrina en la que se exhibe de todo, a precios de importación (más lo que al dueño del negocio quiera imprimirle).
Ese “síntoma” hizo metástasis. Pronto el resto del territorio se embarraría de mayonesa de soya de Brasil cuya presentación de 850 g cuesta 14 mil Bolívares a enero de 2017, de bolsas de un kilo de azúcar colombiana a 4.500, de una presentación de 250 g de pasta italiana a 4.800. Y así.
Una nueva fase del capitalismo se bautiza en pleno apogeo de la Revolución Bolivariana.
Como en un cuerpo descompuesto, la crisis desde afuera, sólo es un reflejo de lo que se vive en su interior.

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Por Ernesto J. Navarro / Supuesto Negado