Cada 12 de octubre se repiten historias sobre la “resistencia indígena”: Cuauhtémoc, Guaicaipuro o Atahualpa están en los labios de todo el mundo, se les elogia, se les recuerda se les glorifica…
Pero existieron otras muchas formas de relación con los europeos, y luego, con los criollos: la evasión y la emigración (todavía hay pueblos indígenas que viven ocultos), la coexistencia y, sorprendentemente, la cooperación.
Pero ¿Por qué se aliaría un líder indígena con los europeos? ¿No es estúpido y suicida?
Las razones para hacerlo son, sin embargo, muy sencillas.
Precolombinos
Cuando pienses en la América pre-colombina tienes que sacarte dos cosas de la cabeza: el nacionalismo y el hippismo.
No importa cuánto quieras hacerlo, simplemente no puedes proyectar en el pasado todas las creencias y valores que tenemos en el presente.
Por ejemplo, es absurdo creer que Guaicaipuro peleaba por Venezuela: este país, como lo conocemos hoy, no existía.
No importa lo que digan los hippies los indígenas no tenían idea de que vivían en un continente llamado América.
La razón para eso es muy simple: en esa época ningún pueblo del mundo había recorrido los continentes, ninguno los conocía enteros. Los europeos apenas estaban terminando de hacer los mapas de Europa y empezaban a hacer los de los otros continentes.
Así, los indígenas tenían noción del territorio donde vivían o de los imperios de los que formaban parte, pero no de continentes y naciones como las conocemos ahora: aún hoy para los yanomamis, por ejemplo, el mundo es una inmensa selva.
Además, inicialmente ellos no se veían a sí mismos como una raza o un pueblo enfrentados a un invasor: fueron los europeos los que llamaron a todos “indios” así como le dijeron “negros” a los africanos, pero antes de que les metieran en el mismo saco ellos eran de distintas etnias, distintas regiones y clases sociales.
Algunos mataban a otros, había nobles que explotaban a campesinos, había esclavistas y esclavizados, había gente que se comía a otra gente y guerras crónicas entre pueblos y más violencia de la que los románticos quisieran admitir.
Antiguos dueños de la flecha
Mucha gente cree que, para condenar la colonización, necesita inventar una versión rosa de la América precolombina. Hay dos problemas con eso: primero, era tan rosa como quisieran creer algunos y segundo, era hermosa y terrible, precisamente, porque no era rosa.
Así, para los pueblos indígenas la violencia era una parte muy importante de la vida. No la violencia en el sentido que la practicarían los criollos o los europeos, pero sí se entregaban a la guerra con pasión, algunos tenían esclavos y practicaban suplicios terribles.
Los pueblos con grandes estados (mayas, incas, aztecas) no eran tan diferentes de griegos, romanos o egipcios: había minorías dominantes, guerras de conquista y explotación. Lo que si es cierto es que el nivel de vida en los grandes imperios precolombinos era mucho más alto que el de Europa (los conquistadores lo reconocieron) y las guerras de exterminio –los genocidios– eran desconocidas.
Tal como lo hacían griegos y romanos, los aztecas, incas y mayas tenían esclavos, aunque esa institución estaba menos extendida que el mediterráneo. Los sacrificios humanos eran comunes, a veces masivos, y aunque detrás de ellos había una inmensa valoración de la vida humana (creían que los dioses vivían gracias a la sangre de los humanos) pues no eran una cosa fácil de ver o de soportar.
Los pueblos sin estado, como los del Amazonas o las praderas de Norteamérica también hacían mucho la guerra y capturaban esclavos. Pero su guerra tenía mucho de deporte sangriento entre guerreros, no conocían el exterminio o la masacre de civiles y los esclavos, usualmente, terminaban asimilados en la comunidad que les recibía.
De hecho, algunos antropólogos creen que el secuestro y la esclavitud eran una forma de resolver problemas de baja natalidad.
No había bombas, no había masacres en masa ni esclavitud en masa. Cada guerrero sabía a quién mataba y recordaba con respeto su nombre. Increíblemente para nosotros, cuando tomaba un trofeo o se lo comía lo hacía para adquirir la fuerza del enemigo.
Además, por supuesto, estaban las guerras entre los grandes imperios y los pueblos libres a los que trataban de someter (por ejemplo, entre incas y araucanos o aztecas y Chichimecas).
Ahora bien: si entendemos que lo que hoy llamamos América era un enorme territorio lleno de gente que tenía relaciones políticas entre ella y frecuentemente se hacía la guerra, se entiende que, de buenas a primeras, algunos indios hicieran alianzas con los europeos.
Al fin y al cabo ellos no sabían que los blancos iban a destruir a su mundo.
Los marcianos atacan
Cuando los españoles llegaron, con sus pieles pálidas, sus barbas, armaduras y caballos, para los indios fue como un contacto con extraterrestres.
Es fácil decirle tontos a los indios por creer que el conquistador y el caballo eran la misma vaina ¿pero cómo diablos iban a saber que no lo eran si nunca habían visto un caballo, una barba, una armadura? ¿Si vieras un bicho plateado y con tentáculos en la cara bajándose de una nave sabrías qué parte de él es natural y cuál es un aparato? Guamán Poma cuenta que las mujeres quechuas se reían de los españoles pues pensaban que la espada era un pene que les colgaba de la cadera.
Hace tiempo que los antropólogos e historiadores han demostrado que los indios nunca creyeron que los españoles eran dioses ¡simplemente no sabían qué vaina eran! Al principio pensaron que eran sobrenaturales y tenían poderes (como nosotros pensaríamos al ver un raro humanoide) pero cuando vieron que se morían (algunos ahogaban españoles para averiguar) se dieron cuenta que eran mortales.
Los españoles que llegaban a América eran guerreros, hay que reconocerlo: buenos guerreros, de los mejores de su tiempo. Equivalentes a los veteranos de guerra de África y el Medio Oriente actuales.
Así que algunos indígenas encontraron completamente razonable aliarse con los españoles contra sus enemigos. Eso pasó, sobre todo, en zonas donde había varios estados compitiendo por el poder. Gracias a estas alianzas Cortés se abrió paso en México y Alvarado en Guatemala.
A nadie se le ocurría que los españoles iban a quitarle todo a sus aliados, que la misma nobleza indígena desaparecería.
Otro caso más complejo fue en Norteamérica donde algunos pueblos como los iroqueses, algonquinos, hurones, entre otros, se aliaron o comerciaron con potencias como Francia e Inglaterra para obtener beneficios. A veces apoyar a una potencia en una guerra servía para obtener concesiones territoriales o económicas.
Luego está el caso de indígenas marginales o marginados que apostaron por ponerse del lado español: la Malinche, aunque aristócrata, era esclava y había sido vendida y cedida varias veces al igual que Francisco Fajardo quien era hijo de un conquistador con el mismo nombre que se juntó con la hija de un jefe guaiquerí, lo que no le permitió encajar ni con españoles (era moreno y de rasgos indígenas) ni con los indios (había crecido en el hato de su padre).
Casos notables
Las guerras de conquista se convierten en luchas anticoloniales cuando los indígenas entienden que están no ante un jugador nuevo en el viejo juego que ya conocen sino ante un enemigo al que no le importa si son de clase alta o baja, libres o esclavos, de una etnia o de otra: a todos los quiere como sirviente y a todos les piensa quitar las tierras.
Pero incluso durante el periodo colonial ocurre que algunos pueblos indígenas actúan de forma parecida a los negros, pardos y llaneros de Venezuela que en 1814 buscaron aliarse contra la corona en contra de los criollos o los colonos quienes eran sus enemigos directos (por eso varios pueblos de Norteamérica apoyaron a los británicos y franceses contra los nacientes Estados Unidos).
Así que solo es en el periodo colonial que podemos hablar, con rigor, de indígenas colaboracionistas o de “traidores a su raza”, pero en la mayoría de los casos no hubo traición, simplemente, fue una mala elección estratégica.
Acá dejamos algunos casos notables de “colaboracionismo” de indígenas con conquistadores europeos.
La Malinche
Malintzin o Malinalli nació entre 1496 y 1501. Pertenecía a la aristocracia náhuatl pero, como una verdadera cenicienta, cuando su padre murió y su madre se volvió a casar terminó como una hijastra incómoda: fue vendida a traficantes de esclavos de Xicalango. No se sabe quién fue su primer amo pero fue cedida como tributo a Tabscoob, jefe maya de Tabasco. Cuando esto ocurrió era una niña lo que le hizo fácil dominar lengua maya-yucateca tan bien como el náhuatl. Tras la derrota de los tabasqueños en la Batalla de Centla el 14 de marzo de 1519, fue cedida a Hernán Cortés junto con otras 19 mujeres, algunas piezas de oro y un juego de mantas. Eso quiere decir que, como mucho, tenía 23 años, tal vez 18. Fue concubina y esposa de varios hombres de Cortés, pero también se le usó como traductora e informante de las costumbres mesoamericanas (aprendió castellano rápidamente). Con los españoles su estatus social mejoró enormemente, convirtiéndose en una señora con su propia casa. Desde su punto de vista como esclava, no le debía más o menos obediencia a Cortés que a los señores de Tabasco, más bien, su cambio de bando le favoreció.
Francisco Fajardo
Nació hacia 1528 en la isla de Margarita hijo mestizo de Francisco Fajardo “el Viejo”, teniente gobernador de la isla de Margarita y de la cacica Isabel que era prima hermana de Naiguatá. Fue un “emprendedor” que fundó hatos como el de San Francisco y pueblos mineros como El Collado, pero toda su vida estuvo bajo el ataque de indígenas como Guaicaipuro y de los españoles que le persiguieron y le apresaron celosos de que un mestizo fuera tan exitoso. En 1564, en Cumaná, es apresado por el mayor Alonso Cobos y ejecutado sumariamente (ahorcado y cortado en cuartos) en lo que fue, tal vez, el primer crimen de estado de nuestra historia. Pero los guaiqueries se rebelarían apresando a Cobos y entregándoselo a la justicia española que le ejecutó.
Tecumseh
Nacido en marzo de 1768 fue un líder shawnee vivió en los territorios que luego se convirtieron en el estado de Ohio. No solo fue un jefe indígena sino un estadista en el sentido moderno del término: buscó unificar a pueblos indígenas de diferentes idiomas contra los EEUU que fueron su gran enemigo, así, el “inventó” la idea de una rebelión indígena unificada contra el hombre blanco y fue de los primeros en entender la política de genocidios de los colonos: es decir, que los pueblos no eran solo vencidos y conquistados sino que desaparecían. A los EEUU cuyos colonos ocupaban la tierra indígena se opuso durante la guerra de independencia de ese país, durante la llamada rebelión de Tecumse y la guerra angloestadounidense de 1812. Pero en esa lucha tuvo que aliarse, frecuentemente, con el colonialismo inglés (de hecho, los canadienses le recuerdan como un defensor de ese país). Como otros jefes indígenas esperaba que, sometiéndose a una corona europea, los indios pudieran conservar autonomía y proteger sus tierras contra los colonos, es decir, los “criollos” (su razonamiento no era distinto al de los pardos y negros que, al mismo tiempo que él, se alzaban contra los mantuanos en Venezuela en nombre del rey de España) política que le había funcionado, durante muchos años, a los indios en la parte francesa de Canadá. Tecumseh fue uno de los protagonistas de la guerra entre EEUU e Inglaterra en 1812 en la que moriría en 1813.
Xicoténcatl Axayacatzin
Nació en 1484 fue un guerrero tlaxcalteca nacido en Tizatlán. Su pueblo era el gran adversario de los aztecas a los que estos odiaban y respetaban. Cuando llegaron los españoles intentó combatirlos, y se embarcó en una guerra desgastante para ambos bandos. Tizatlán era gobernada por una especie de senado que ordenó al caudillo negociar con Cortés. En el cerro de Tzompantepec el 7 de septiembre de 1519, fue concertada la paz y sellada con intercambio de presentes y entrega de esposas indígenas para los conquistadores. Xicohténcatl, desde entonces (y aunque parece que tenía reservas para aliarse con los españoles) comandó las fuerzas tlaxcaltecas que permitieron a los españoles conquistar Tenochtitlan, la ciudad más grande del mundo para la fecha. Curiosamente fue Cortés el que traicionó a Xicohténcatl quien abandonó el ejército aliado durante el sitio de Tenochtitlan. Cortés convenció a los tlaxcaltecas que lo apresaran y lo mandó ahorcar cerca de Texcoco en mayo de 1521. Para su pueblo, sin embargo, la alianza con los españoles si funcionó por algún tiempo: se les dejó gobernar sus propias tierras, portar armas, montar en caballos y fundar colonias, su estatus era muy superior al de otros pueblos indígenas. La cosa se puso realmente fea durante el periodo colonial en que los tlaxcaltecas fueron usados por la corona como soldados para reprimir rebeliones indígenas y conquistar a los pueblos nómadas del norte de México. Con la independencia perdieron todos sus privilegios.
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Por Fabio Zuluaga / Supuesto Negado