Diecinueve enfermedades crónicas tenía el excomisario Iván Simonovis, según los alegatos de sus abogados y familiares. Tan calamitoso estado de salud obligó varias veces a su traslado urgente a alguna dependencia hospitalaria y terminó siendo el argumento para que se concediera el beneficio de casa por cárcel.
Ahora, cuando acaba de llegar a Estados Unidos, este hombre de 60 años, que llevaba 15 privado de libertad (le faltaban otros 15 para cumplir su pena) relata gustosamente la historia de su presunta fuga y hace pensar en un episodio del intrépido MacGyver, la serie de televisión de los años ochenta que ahora ha sido relanzada.
Resulta incompatible la imagen del hombre demacrado y con una mueca de intenso dolor, difundida hasta la saciedad por los medios de comunicación antichavistas cuando se encontraba en Ramo Verde, con la del sujeto que, según su propio relato, bajó a rapel por un muro de 25 metros, cortó la tobillera de seguridad con una cizalla, pasó varios días en una concha, manejó una lancha a mar abierto (la que, para colmo, se accidentó) y, para completar la proeza, piloteó un rato el avión que lo llevó a EE.UU.
La metamorfosis del enfermizo reo en un superhéroe es una de las historias (deberíamos tal vez decir “historietas”) más socorridas de la oposición venezolana. La gente común y corriente se divide entre los que se indignan y quienes se lo toman a chanza.
Lo cierto es que tan pronto son capturados por los cuerpos de seguridad del Estado, los llamados “presos políticos”, a quienes el Gobierno prefiere denominar “políticos presos”, empiezan a padecer de incontables dolencias que los médicos en algún momento califican de crónicas (es decir, permanentes, no males de unos pocos días o semanas) acaban por hacerlos candidatos a medidas de gracia. Una vez que obtienen la libertad sanan de maneras casi milagrosas, lucen rozagantes y aparecen pavoneándose de sus virtudes atléticas o dándose la gran vida en capitales latinoamericanas, estadounidenses o europeas.
Además de Simonovis, otro célebre achacoso que quedó mágicamente restablecido fue Antonio Ledezma, a quien le ha sentado de maravilla el estilo de bon vivant que lleva en España. Otro favorecido fue el paciente psiquiátrico Loren Saleh, liberado para recibir tratamiento, aunque la evidencia anecdótica sugiere que no lo ha hecho porque sigue tan perturbado como de costumbre.
Ligeramente diferente es el caso de Leopoldo López, aunque el resultado es el mismo: aprovechó el privilegio de casa por cárcel para escapar de la privación de libertad. En varias oportunidades, los abogados y familiares de López llegaron a manejar el argumento de los problemas de salud para justificar una medida sustitutiva de la prisión. Fue muy difícil porque, contradictoriamente, a este preso la cárcel parecía venirle de maravilla: cada día se le veía más sano y más robusto.
¡Milagro, milagro!
La sola enumeración de algunas de las 19 enfermedades crónicas que padeció Simonovis en la cárcel asustarían a cualquiera: esofagitis, peritonitis con gangrena vesicular e infección interna (derivada de una apendicitis), colecistitis aguda perforada por la que fue operado de emergencia, hidronefrosis derecha, hipertensión arterial y sacroileitis.
Según lo aseguraba una nota del diario español El País en 2013, los médicos opinaban que era muy alta la probabilidad de que el preso sufriera una fractura espontánea de la columna vertebral. El periódico madrileño calificó a Simonovis como “un hombre de 53 años encerrado en el cuerpo de abuelo de ochenta debido a las duras condiciones de reclusión a las que fue sometido durante ocho años y medio en la sede del Sebin, la policía política venezolana”.
Con semejante propaganda humanitaria, las autoridades terminaron por concederle casa por cárcel al penado. La sentencia del tribunal que atendió la solicitud señalaba que “permanecerá en su casa hasta que pueda volver a la cárcel una vez repuesto de sus padecimientos”. De acuerdo con el cuento de su épica fuga, el abuelo de ochenta años había vuelto a ser no el hombre de 53, sino el efectivo policial de otros tiempos, entrenado para acciones de comando. En ejercicio de la buena fe habría que concluir que se trata de un milagro.
No han faltado quienes –en serio o en broma– digan que Simonovis haría bien en atribuir su prodigiosa curación a José Gregorio Hernández, pues eso podría darle al médico venezolano el impulso que necesita en el Vaticano para acceder a la santidad, ahora que se cumplen cien años de su muerte.
El descrédito de las medidas humanitarias
Las drásticas transformaciones de los presos casi agonizantes en saludables activistas que viajan por el mundo prometiendo que volverán a Venezuela a luchar a brazo partido por liberarla de su actual Gobierno, van a terminar por desacreditar a tal punto las medidas humanitarias emitidas por razones de salud, que probablemente muchos jueces se estén ya cuidando de decretarlas para no caer bajo sospechas.
Es muy posible que estos polémicos resultados en el caso de los autodenominados presos políticos hayan perjudicado ya a personas privadas de libertad que ciertamente tienen razones médicas para ser liberadas.
Las medidas sustitutivas de la privación de libertad por motivos de salud no se logran fácilmente. Pero si pueden resultar complicadas para los abogados de los presos que proceden de la actividad política, mucho más lo son para los privados de libertad considerados comunes.
Según la sentencia Nº 447 de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, tales medidas solo se conceden en el caso de enfermedades graves o en fase terminal. Dice el texto legal: “… En relación con la revisión y examen de medida por razones humanitarias (…) procedería cuando la enfermedad diagnosticada (sea) muy grave e incurable, donde el médico forense determine que el paciente sufre una enfermedad progresiva, inexorable y discriminada, que no pueda interrumpirse según el estado actual de conocimientos, siendo la muerte del acusado un hecho inminente o cercano…”.
Dramáticamente, hay en las cárceles venezolanas casos de enfermos con estas características que no pueden nunca acceder al beneficio de una de estas medidas porque no tienen el rótulo de presos políticos ni abogados de gran renombre ni medios de comunicación que los presenten como mártires.
Por Clodovaldo Hernández/ Supuesto Negado