“Yo tengo que ir a trabajar esté cerrada o abierta. La única forma que me quede es que estén cobrando más de 8 mil pesos porque entonces no es negocio para mí y prefiero que alguien me haga el turno”, cuenta María Eugenia, una residente de Llano Jorge, en Táchira, mientras enfila camino junto a otra decena de personas rumbo a Juan Frío, población del otro lado de la frontera en el Norte de Santander, Colombia.
Después de la batalla campal vivida en los puentes fronterizos de San Antonio y Ureña, lentamente empieza a retornar la “normalidad comercial” de la frontera en una zona que diariamente tranza millones de bolívares/pesos/dólares (legales y no), aunque formalmente esté cerrado el paso desde el pasado martes.
En una contradictoria información, el director de Migración Colombia, Christian Kruger Sarmiento, aseguró que se reabrieron los pasos pero se restringió la movilidad. Del lado venezolano el cierre es “total”.
Sin embargo, miles de personas atraviesan las fronteras por las trochas (caminos ilegales por el río), en ambos sentidos, y “a riesgo”. En cada viaje deben pagar de 5 mil a 25 mil pesos de peaje (o lo mismo en bolívares soberanos).
La frontera cerrada es más negocio
Con la condición de que no le tome, ni tome fotos –“porque es para problemas”–, María Eugenia nos contó que trabaja de martes a sábado en los turnos nocturnos de una farmacia “del otro lado”. Son aproximadamente unos 3 kilómetros a pie y otro trayecto en trasporte público.
“Aunque el paso está abierto, yo siempre me meto por aquí porque es más rápido. De aquí a San Antonio y después a Cúcuta y hasta Rio Frío puedo durar dos horas. Por aquí en 40 minutos ya estoy”, contaba mientras caminaba distraídamente y bajo un sol abrazador que recuerda aquellas películas de mexicanos cruzando la frontera hasta EE. UU. En el cielo un dron volaba de un lado a otro haciendo el mismo trayecto que la gente.
Después de unos 12 minutos de camino nos encontramos a la orilla del río Táchira, frontera natural entre Colombia y Venezuela (la sequía hace que apenas sea un riachuelo de pocos centímetros). A un lado, un grupo de unas 8 personas –de civil y con ropas muy humildes– cobran a los transeúntes.
“Aunque el paso está abierto, yo siempre me meto por aquí porque es más rápido. De aquí a San Antonio y después a Cúcuta y hasta Rio Frío puedo durar dos horas. Por aquí en 40 minutos ya estoy”, contaba mientras caminaba distraídamente y bajo un sol abrazador que recuerda aquellas películas de mexicanos cruzando la frontera hasta EE. UU. En el cielo un dron volaba de un lado a otro haciendo el mismo trayecto que la gente.
Después de unos 12 minutos de camino nos encontramos a la orilla del río Táchira, frontera natural entre Colombia y Venezuela (la sequía hace que apenas sea un riachuelo de pocos centímetros). A un lado, un grupo de unas 8 personas –de civil y con ropas muy humildes– cobran a los transeúntes.

Para las fuerzas de seguridad resulta muy cuesta arriba controlar los más de 2.200 kilómetros en zonas montañosas y boscosas que separa a los territorios de ambos países y unen al Zulia, Táchira y Apure con La Guajira, César, Norte de Santander y Arauca, en Colombia.
Mi acompañante ya me había instruido sobre qué decir y hacer para pasar la alcabala ilegal: “Mi hermana se quedó en Cúcuta después del concierto y voy a buscarla. No llevo nada –abrir el bolso y enseñarlo–”.
El cobro corresponde al grupo que tenga control de la zona. En este caso, Llano Jorge es zona de “los guerrillos” del ELN, al igual que casi todo el Municipio Bolívar. De Tienditas hacia Ureña el control corresponde a los paramilitares.
Según los entrevistados, los grupos irregulares cohabitan con las fuerzas armadas de Colombia y Venezuela, según corresponda geográficamente, porque estos también reciben una parte de las ganancias por el contrabando de personas y mercancías. “Es más negocio para ellos que la frontera esté cerrada”, fue una conclusión general.
Para pasar, pagué dos mil pesos –igual que María Eugenia–. Una señora que llevaba suspiros pagó 5 mil. Otra que llevaba docenas de pantalones tuvo que dejar 4 prendas. De esta forma, junto a los cobradores se levantaba una montaña con los tributos. El dinero se lo quedaba uno solo.
Solo son “exonerados” los estudiantes que pasan uniformados. Supongo que es un destello de… conciencia social.
La migración no se ha detenido
En San Antonio y Ureña están las trochas más transitadas del Táchira. No solo por quienes van a llevar y traer mercancía –de contrabando o no– (alimentos, combustible, repuestos y medicinas, principalmente) sino por los cientos de viajeros que cruzan la frontera con destino a Colombia y otros países.

La migración no se ha detenido. Aún en plena guerra campal durante el intento de ingreso de la carga “humanitaria” se podía ver gente con maletas intentando cruzar. Momentáneamente las empresas de transporte en la Parada mudaron sus unidades lejos de las bombas lacrimógenas y el corre-corre. Otra vez sus oficinas, a unos 200 metros del puente, están al máximo tope.
Para los viajeros el peaje en la trocha es más caro. La desesperación por irse y los boletos ya comprados los hacen presa fácil. Allí deben pagar 50 dólares para pasar. Cada quien apela al regateo o el coqueteo, según sus atributos. “Por el sellado (del pasaporte) no se preocupe”, repetían como un mantra los “asesores” de las líneas que atraviezan Suramérica partiendo desde Cúcuta.

Nadie se rebela a este cobro ilegal porque “lo pican”. La violencia ejercida en Colombia por años de guerra civil está presente aunque no se note. Los arrechos están en en cementerio, dicen aquí.
“¡Que se quede Maduro o que vengan los gringos pero que pase algo ya!”, se quejaba una vendedora de chips de teléfonos colombianos que se lamentaba porque ha disminuido su clientela la última semana.
La incertidumbre y la crisis económica hacen mella en los miles de trabajadores de esta zona binacional que aunque han visto con sus propios ojos la llegada de tropas estadounidenses aún consideran ingenuamente que un desenlace bélico no les afectaría sus vidas.
Mientras las trochas son transitadas, día y noche, por miles, las fuerzas de seguridad de ambos gobiernos se hacen de la vista gorda. Desde el puente, apenas unos 20 metros más allá de los módulos donde se encuentran los militares, se pueden ver a la distancia la peregrinación de ida y vuelta.
Por eso, en la realidad, la frontera nunca está cerrada aunque lo ordenen en Miraflores y Nariño. Eso lo saben muy bien los lugareños y contrabandistas.
__________________________
Por Edgard Ramirez / Supuesto Negado