Suma y sigue: al hacer un balance de la gestión del diputado Juan Guaidó durante su segundo mes después de autojuramentarse presidente, hay que admitir que se superó a sí mismo: al menos en el renglón de los errores y traspiés.
Entre el 23 de enero y el 22 de febrero acumuló unas cuantas pifias. Por ejemplo, la reunión con Diosdado Cabello a la que se presentó encapuchado y luego pretendió negar que hubiese ocurrido. El empeño en salirse del paquete de sospechas que implicó ese encuentro lo llevó a un segundo error, tratar de evadir las preguntas de Patricia Janiot mediante un truquito de palabras. No pudo.
En la cosecha de actos fallidos de ese primer mes estuvo también la denuncia que hizo, acompañado de su esposa, sobre una presunta incursión de la policía en su residencia, donde se encontraba su bebé. Ambos se veían tan relajados y felices que no les creyó ni su abuela. De pana.
En ese primer mes, Guaidó concedió una entrevista a la televisora RT, en la que quedó en evidencia que le faltaban respuestas a preguntas fundamentales relacionadas con expectativas que él mismo había creado, como la fecha de salida de Nicolás Maduro y de su correspondiente ascenso al poder. Para colmo, la periodista Inna Afinogenova, se la dedicó durante varios días, primero autoproclamándose emperatriz de Rusia y, luego, desmontando pieza por pieza la referida entrevista. Bullying periodístico con un aire de La espía que me amó.
En el plano internacional, el diputado guaireño sufrió su primer gaffe diplomático al salir por ahí a decir que había hablado con el presidente y el ministro de Finanzas de Suiza respecto a unas cuentas bancarias de personalidades del “régimen” que serían intervenidas y traspasadas a mejores manos (las suyas). El Gobierno suizo se apresuró a desmentirlo.
Segundo mes
Ya en el rodaje del segundo mes se conocería la explicación del incidente suizo. Unos humoristas rusos se hicieron pasar por los funcionarios helvéticos y se vacilaron a Guaidó en tres idiomas.
Bueno, al menos le quedó el consuelo de que esos mismos bromistas se burlaron también de uno de sus jefazos en Estados Unidos, Elliott Abrams, quien tiene en su contra el agravante de que es un diplomático veterano y un operario político corrido, no en siete plazas sino en siete guerras genocidas.
El “Sí o sí” que fue no
El balance no fue alentador el primer mes, pero la arrancada del segundo fue peor. Guaidó había ido moviendo la promesa del “fin de la usurpación” del 23 de enero al 12 de febrero y luego al 23, el día en que “sí o sí” (de esa forma lo dijo, con enfáticos gestos) entraría a Venezuela la ayuda humanitaria estadounidense.
Con la clase de apoyo que recibió de EE.UU., Colombia, Brasil, Chile, Paraguay, el magnate musical Richard Branson, la maquinaria mediática de toda la bola del mundo, el empresariado local, el partido de la jerarquía católica, la gobernadora del Táchira y la fuerza guarimbera colombo-venezolana, se esperaba que el “presidente interino” se anotara un tanto crucial ese día.
Pero no. Al promediar la tarde, el parlamentario estaba formando parte de una reunión de señores con caras de amargura, reflejo del fracaso de la operación Sí o sí.
De todos modos, en Colombia le tuvieron paciencia, pues fueron a buscarlo en un avión presidencial y lo recibieron en Bogotá con honores de jefe de Estado. Esto no impidió que, según las lenguas infidentes, otro de los jefazos gringos, Mike Pence, le metiera su tremendo regaño por no tener la tarea hecha, es decir, por no haber logrado dividir a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y tampoco haber conseguido unas protestas callejeras lo suficientemente potentes como para simular una primavera árabe.
El fracaso de la introducción forzosa de la ayuda humanitaria trajo un par de réplicas inmediatas en el plano internacional: el Grupo de Lima recogió velas sobre una eventual intervención militar, y en Brasil le bajaron dos al nivel de protocolo que habían establecido los colombianos, al recibirlo como un visitante del presidente Jair Bolsonaro, no como un homólogo de este.
La rueda salida
La maquinaria mediática intentó evitar el desastre total al alinearse detrás de la tesis de EE.UU., Colombia y la dirigencia opositora venezolana, según la cual el incalificablemente cruel Gobierno de Maduro había quemado los camiones con la ayuda destinada a los macilentos venezolanos. Esto funcionó a favor de Guaidó durante las primeras semanas, pero luego se revirtió cuando a uno de los engranajes de la maquinaria le dio por contar la verdad. Dicho en forma coloquial, se le salió una rueda a la carreta.
La difusión del trabajo de investigación de The New York Times en el que se demuestra que los camiones fueron quemados por los manifestantes de la derecha, del lado colombiano, fue un revés de marca mayor para el presidente autojuramentado, quien había declarado el mismo 23 de febrero que “destruir la ayuda humanitaria es un delito de lesa humanidad”. En buen llanero, por acá le dijeron: “Su palabra vaya alante”.
El aparato comunicacional global le reservaba otro disgusto. CNN en Español publicó un tardío trabajo en el que declara que el magnicidio en grado de frustración del 4 de agosto de 2018 fue verdadero y se planificó en Colombia. En ese reportaje incluyeron un fragmento de una entrevista en la que Guaidó aparece afirmando que fue un invento de Maduro para victimizarse.
Vuelta a la patria
Luego del mal resultado (malo para la estrategia de “cambio de régimen”, positivo para la paz nacional) del 23 de febrero, Guaidó realizó una gira por varios países, más que nada, según algunas interpretaciones, para recuperar oxígeno luego del knock down y generar expectativas en torno al día de su retorno al país, haciendo ver que podría ser detenido.
La gira en sí no produjo ninguna cosecha digna de reseñar, sobre todo porque los gobernantes que lo recibieron no son precisamente un dechado de popularidad en sus respectivos países.
Al volver, el Gobierno le aplicó la ley del hielo. Él mismo tuvo que reconocer que entró al país y circuló libremente, acompañado de sus seguidores. Los tuiteros rabiosos debieron conformarse con decir que Maduro tuvo miedo de detenerlo porque ya los jefazos estadounidenses –muy democráticamente– habían advertido que si lo hacía “sería una de sus últimas decisiones”.
Cosas de la oscurana
El gran acontecimiento del segundo mes de “interinato” de Guaidó fue el apagón nacional. En este caso, el diputado cometió un desliz típico de toda su estirpe política: se atoró.
Su mensaje de Twitter, emitido a los pocos minutos de iniciado este evento, dejó mucho que pensar. “Venezuela tiene claro que la luz llega con el cese la usurpación”, dijo, y resultó inevitable sentirse como en medio de una situación de rehenes.
Luego incurriría en otro paso en falso, al aventurar un diagnóstico técnico sobre lo ocurrido. En su explicación afirmó que el apagón no pudo haber sido causado por un ataque cibernético porque Guri es un sistema analógico. Varios colegas suyos (ingenieros) saltaron a enmendarle la plana, entre ellos algunos furibundamente opositores. En su descargo, algún benevolente explicó que es ingeniero, pero no eléctrico.
En medio del apagón, a Mara Montauti, una afamada diseñadora de modas se le ocurrió la genial idea de colgar en su cuenta de Instagram una selfie con Guaidó y su esposa, Fabiana Rosales, todos con amplias sonrisas.
Los chismosos de la farándula política dijeron que la foto fue tomada durante un descanso de la agitada faena de prueba de trajes y vestidos de la “pareja presidencial”, en el hotel Paseo Las Mercedes, donde están pernoctando y, en esas horas, permanecían a salvo de las penurias de la falta de electricidad, agua, telefonía y otros servicios que padecía el país casi entero.
La diseñadora se apresuró a aclarar que no hubo tal medición de indumentarias, sino que ella estaba de visita en el hotel y aprovechó para tomarse la selfie con el presidente y su señora.
En todo caso, la felicidad en las caras de los personajes causó desagrado entre los que estaban pasando roncha, según se desprende de los comentarios que hicieron los usuarios de la cuenta Instagram de la modista. El episodio –en lo desastroso– casi fue equivalente al almuerzo por estado de necesidad del diputado Edgar Zambrano en la tasca La Castañuela.
¡Uf, esos embajadores!
Tal como ocurrió el primer mes, algunos de los resbalones no han sido directamente de Guaidó, sino de los personajes a los que ha seleccionado como embajadores y que han sido recibidos como tales en algunos países, y como representantes personales del diputado, en otros.
El primer mes fue célebre el intento de María Faría, familiar de Blanca Ibáñez y de unos señores, identificados como hijos del exgobernador de Guárico Eduardo Manuitt, de apoderarse de la sede diplomática venezolana en San José de Costa Rica. En el segundo mes han ocurrido episodios similares en Estados Unidos, dejando una impresión igualmente fea en medios diplomáticos.
Pero la actuación más destacada de los “embajadores” en esta etapa fue la del vicepresidente de Acción Democrática, Antonio Ecarri, plenipotenciario de Guaidó en España, quien se propuso robar un poco de cámara con un símbolo que hasta ahora se había salvado de la polarización: la selección nacional de fútbol.
La difusión de las fotos y los videos del encuentro empañó uno de los mejores momentos de la Vinotinto, su victoria 3-1 ante la Argentina de Lionel Messi. El director técnico, Rafael Dudamel, puso su renuncia.
Este impasse hizo que algunos tuiteros intentaran un balance de la gestión de Guaidó en materia deportiva: “1) Echar a perder la final de la temporada de beisbol entre Cardenales y Leones 2) Quitarle la sede de la Serie del Caribe a Barquisimeto 3) Que su amigo de Panamá, Juan Carlos Valera, le negara la visa a la selección nacional de Kárate 4) Generarle un mal ambiente a la Vinotinto y a Dudamel”.
El gran traspié diplomático, ya en el filo del tercer mes, fue el feo rebote de Ricardo Hausmann en China, país que le negó la visa y, por tanto, le impidió pavonearse como representante de Venezuela ante del Banco Interamericano de Desarrollo. Una verdadera afrenta para un aristócrata de las finanzas planetarias, y otro tropiezo para el Gobierno paralelo.
Marrero: los errores ocultos
El segundo mes finalizó con un acontecimiento que promete traer una larga cola: la detención del asistente de Guaidó, Roberto Marrero, acusado de encabezar una conspiración que incluye aspectos verdaderamente tenebrosos, como el ingreso de paramilitares centroamericanos, asesinatos selectivos y atentados terroristas.
Además, con su captura se está poniendo al descubierto el entramado financiero de la operación de “cambio de régimen”, que se está basando en el dinero del Estado venezolano ilegalmente incautado por las autoridades de EE.UU. y otras naciones.
En las conversaciones vía Whatsapp de los participantes de esta peligrosísima conjura, sale a relucir el flamante presidente encargado como claro responsable de cuestiones muy serias, relacionadas con la virtual apropiación del dinero y los activos públicos venezolanos en el exterior. También quedan en evidencia las contradicciones internas y las molestias que siente Guaidó con algunos de los “embajadores” que él mismo ha nombrado y con algunos dirigentes de su misma familia política, incluyendo a otro jefazo: Leopoldo López.
Por cierto, a más de dos meses de su autojuramentación, mucha gente (partidarios y adversarios) sigue preguntándose por qué ha designado a tantos funcionarios de la política exterior, pero no se ha ocupado de nombrar un gabinete que (aunque sea a la sombra) se ocupe de los problemas nacionales.
Por Clodovaldo Hernández / Supuesto Negado