Chalecos amarillos: ni de izquierda ni de derecha, solo pueblo arrecho

Francia

Son anarquistas y nacionalistas, de extrema derecha y extrema izquierda, radicales y moderados, franceses y emigrantes.

Miles de manifestantes llamados “gilets jaunes” −chalecos amarillos− que salieron a las calles de Francia para exigir que el Gobierno dé marcha atrás al aumento en el impuesto del diésel.

“Inclasificables” les dicen en un país donde hay expertos en clasificar cualquier cosa.

Tienen en común el chaleco amarillo de seguridad que usan, el rechazo al impuesto ecológico del presidente francés, Emmanuel Macron, y ser parte de los precarizados trabajadores franceses.

En una época acostumbrada a políticas de la identidad, estas violentas manifestaciones en que se codean anarquistas con gente de la extrema derecha tienen desconcertados a muchos.

Y la combinación de vandalismo con causa justa divide a muchas personas. Pero a pesar de que atacaron el principal monumento del republicanismo, que en Francia es una religión, el apoyo a los chalecos amarillos ronda el 70%.

¿Quiénes son estos chalecos amarillos? ¿Qué los mueve a luchar?

“gilets jaunes”

Son llamados así porque han salido a las calles usando una ropa amarilla fluorescente, “chalecos amarillos” (como los de nuestros motorizados), prenda de seguridad que la ley exige a conductores de vehículos pesados en Francia.

Protestan el fuerte aumento en los impuestos al diésel a causa de un impuesto nuevo.

Macron asegura que el impuesto es ecológico, pero los manifestantes replican que el aumento es insostenible, sobre todo para los habitantes de la periferia de la ciudad, que dependen de sus carros.

El precio del diésel ha aumentado alrededor de un 23% en los últimos doce meses.

Para desconcierto de muchos, el movimiento de protesta no tiene un liderazgo identificable y ha ganado impulso a través de las redes sociales, con una amplia gama de participantes desde la extrema izquierda anarquista a la extrema derecha nacionalista, así como un amplio espectro de moderados.

Cerca de 300 mil personas participaron en la primera manifestación a nivel nacional, el 17 de noviembre.

Los “chalecos amarillos” se reunieron durante un tercer fin de semana el sábado siguiente y salieron a las calles en todo el país, incluso en Narbonne, Nantes y Marsella.

Entonces iniciaron las batallas.

París se quema, se quema París

En los Campos Elíseos, en el centro de París, la policía disparó gases lacrimógenos, granadas aturdidoras y cañones de agua, manifestantes enmascarados lanzaron proyectiles y prendieron fuego a edificios.

Según el Ministerio del Interior se apagaron casi 190 incendios y seis edificios resultaron dañados por el fuego.

Macron se encontró con los restos del combate al volver de la cumbre del G-20 en Argentina este domingo.

Restos de carros quemados, ventanas de comercios destrozadas y, en el Arco de Triunfo, Macron vio grafitis en su contra, y daños y saqueos en las oficinas del monumento.

Los destrozos se produjeron en la más reciente jornada de protestas en París y otras ciudades de Francia en contra del alza en el precio de los combustibles implementada por el Gobierno de Macron.

Y desde entonces se han multiplicado las protestas y las acciones en calles, liceos y plazas de distintos lugares de Francia.

“Ninguna causa justifica que las autoridades sean atacadas, que las empresas sean saqueadas, que los transeúntes o los periodistas estén amenazados, o que el Arco de Triunfo sea manchado”, dijo el presidente.

La policía detuvo a unas cuatrocientas personas luego de los ataques a comercios en la capital francesa.

Seguridad

Desde que comenzaron las manifestaciones tres personas han muerto en incidentes de violencia en todo el país.

Más de cien personas resultaron heridas en la capital francesa, incluidos veintitrés miembros de las fuerzas de seguridad, y cerca de cuatrocientas personas fueron arrestadas.

El Gobierno dijo que por ahora no está previsto decretar el estado de emergencia, pero no descarta tomar la medida.

Precarios, periféricos y conectados

Algunos medios franceses han llamado despectivamente a las protestas “jacquerie” un término de la Edad Media para referirse a las rebeliones campesinas.

Quieren implicar que las revueltas son de sectores atrasados y, aunque no necesariamente rurales, sí extraurbanos que rechazan las medidas progresistas de Macron.

Pero resulta que, como han mostrado varios analistas, los chalecos amarillos son más bien de clase media, se coordinan muy bien y son usuarios intensivos de las redes sociales.

“Facebook, Twitter y los smartphones difunden mensajes inmediatos (SMS) sustituyendo así la correspondencia escrita, sobre todo los panfletos y la prensa militante que hasta ahora eran los principales medios de los que disponían las organizaciones para coordinar la acción colectiva; la naturaleza instantánea de los intercambios restituye en parte la espontaneidad de las interacciones cara a cara de antes”, dice Gerard Noiriel en un interesante análisis.

Demasiado diversos para ser reducidos a las clases obreras tradicionales, y demasiado singulares para ser disueltos en el pueblo, parecen representar una fuerza social que viene emergiendo desde hace unas dos décadas: el precariado, es decir, los heterogéneos asalariados del periodo neoliberal que trabajan en oficinas, talleres, tiendas o detrás de una computadora.

En particular los chalecos amarillos son la expresión de una Francia que usa el motor (auto, tractores, motos) como instrumento de trabajo y se mueve en la periferia del país, en pueblos y ciudades medianas o en zonas rurales.

En Venezuela, motorizados, diseñadores gráficos, trabajadores de comercios y cuentapropistas representarían ese precariado.

Y motorizados, taxistas, transportistas, camioneros y todos los que necesitan usar un carro para trabajar, serían el equivalente de los chalecos amarillos.

Planeta Guarenas

Pero lo que tienen en particular es que los chalecos amarillos viven en las periferias de las grandes ciudades y tienen que desplazarse en carro a trabajar.

Junto a la precarización del trabajo (es decir, los trabajos se hacen más inseguros y peor pagados) la elevación de alquileres en las grandes ciudades y el surgimiento de esas grandes periferias de las que es difícil entrar y salir, es el rasgo que tienen en común casi todos los países del mundo.

Una nueva subdivisión ha nacido, entonces, entre los que viven lejos y los que viven cerca. Y un país rico y súperplanificado como Francia, y uno pobre y caótico como Venezuela, tienen eso en común.

Pero allí es al revés que aquí, donde la infraestructura está como muriendo, pero el combustible es barato, allá  las infraestructuras son mucho mejores y todo está más organizado, pero el combustible es caro.

“Impuestos sin representación es tiranía”

La visión de izquierda tradicional es que la burguesía se rebela contra los impuestos y los trabajadores por mejoras salariales y contra aumentos de precios.

Los que están contra aumentos de impuestos serían los ricos que no quieren pagarlos.

Pero el problema es que, en muchos países, los trabajadores están fuertemente tasados por impuestos, y si bien en Noruega o Islandia se ve cómo son usados –y hay forma de controlar cómo se usan– en otros países no es así.

Gran parte del apoyo de los blancos pobres a Trump y el Partido Republicano es debido a los fuertes impuestos que pagan los asalariados.

Y el rechazo en los EE.UU. a la salud pública es, en gran parte, debido al temor de aún mayores impuestos.

Y lo que tenemos en Francia es una revuelta popular antifiscal, revueltas que, aunque frecuentes en el pasado, se hicieron menos comunes en el siglo XX.

El impuesto de Macron es como un “IVA  ecológico” aplicado al diésel.

Por supuesto  los chalecos amarillos”, como todo el mundo, saben que ese impuesto no va a hacer nada contra el calentamiento global y la plata se va a gastar en otras cosas.

¿Una guerra en África?  ¿Gastos suntuarios? ¿Burocracia? faites votre choix.

Y los glaciares se seguirán derritiendo.

Es decir, lo ven como una forma más de la explotación con que las élites parasitan a la sociedad una deuda más, como las financieras e hipotecarias.

En Venezuela ya tenemos precedentes de lo que pasa con incrementos muy bruscos del combustible: ahora imaginémonos lo que pasaría si a taxistas, motorizados, camioneteros y cuentapropistas de todo tipo les dijeran que tienen que pagar un “impuesto ecológico” por la gasolina.

“Ardería Troya” como ardió París, solo que de una manera que ni es tan caótica como el 27 de febrero ni tan organizada como las huelgas generales de los sindicatos.

Remember Plaza Tahir

Uno podría decir que la revuelta de los chalecos amarillos marca, como la coalición de centro-derecha e izquierda en Italia, el principio del fin de los tiempos de la política de la identidad, pues gente de distintas tendencias políticas se está uniendo frente a problemas comunes.

Pero sería mentira: la política siempre ha sido así y los chalecos amarillos y los votantes de Bolsonaro o Trump nos obligan a recordar lo que la política de la identidad en todas sus versiones nos hizo olvidar.

Cuando comenzó la Primavera Árabe todo el mundo tenía su discurso preparado: o los manifestantes eran agentes de la CIA o los nuevos superhéroes de la democracia.

La mayoría de la gente de izquierda, tras hacerles el respectivo chequeo de identidad, concluyó lo primero:

¿Dónde estaban los símbolos y las consignas de izquierda,  cuáles eran las siglas y la procedencia del partido revolucionario, dónde el buen líder que unificara a todos, dónde el saludo revolucionario a Chávez y Fidel?

Por eso se aceptó a Podemos, que dio todas las señas y mostró tener los papeles al día, y se rechazó a los brasileros que protestaron contra el Mundial de Fútbol y el aumento de los precios del transporte, o a los egipcios que derrocaron a Mubarak.

Y los medios y la izquierda estaban de acuerdo en que el derrocamiento de Mubarak no era mérito de los egipcios sino de la Fundación Albert Einstein, igual que, según algunos, las pirámides fueron mérito de los extraterrestres.

Pero en la práctica los movimientos políticos siempre han sido diversos, siempre han tenido muchas tendencias y han sido hegemonizados por los que mejor los interpretan, como los islamistas radicales han interpretado el rechazo a las dictaduras árabes y Bolsonaro el descontento con el PT.

Los chalecos amarillos probablemente se dividan o disuelvan, independientemente de si tienen éxito o no, tal vez algo durable quede de sus gestas, pero lo cierto es que tanto los derechistas que quieren salirse de la Unión Europea, los anarquistas que proponen eliminar el uso de la gasolina y los moderados que solo quieren pagar menos impuestos están luchando por darle sentido a ese movimiento.

Y ese movimiento además del rechazo a los impuestos hippies de Macron, rechaza las élites francesas: hay un rechazo que se expresa en los códigos de la derecha nacionalista y antieuropea y otro en los del anarquismo…

Solo que, hasta ahora, no hay líderes populistas de izquierda o derecha que pretendan representar ese rechazo.

Como sea, cuál fuerza prevalece y hacia dónde va ese movimiento es algo que no hay que perder de vista.

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Fabio Zuluaga / Supuesto Negado