Clodovaldo Hernández narra el día que los cheque-cheque se pusieron de moda y dejaron demodé a los tarjeta habiente.
El pasado fin de semana, mientras el sistema de pagos electrónicos seguía mostrando recurrentes fallas, uno de los gigantes bancarios del país, Banesco, volvía a poner al aire en las televisoras su vieja cuña de los cheque-cheques, esa en la que unos individuos, vestidos a la usanza de los años 70 u 80, se empeñan en seguir pagando con cheques o con efectivo, en lugar de apelar a las ventajas de la banca electrónica.
¿Es una poco afortunada coincidencia o un poco de humor negro corporativo, en medio de la ya larga guerra económica? Quién sabe. Lo cierto es que resulta bastante irónico que la banca intente desestimular el uso de medios de pago distintos a las transacciones digitales, justo cuando el sistema de puntos de venta y de telecajeros parece haber colapsado.
Y, necesario es precisarlo, esto de burlarse del público no es un comportamiento extraño en el sector bancario. Antes bien, digamos que esta cierta dosis de cinismo se ha convertido en una de sus marcas de fábrica. Entrar en una modernísima agencia bancaria y ver una docena de flamantes taquillas, pero solo dos de ellas en servicio, es ya parte del folclor nacional. Y si nos dejamos de detalles pintorescos y nos centramos en los aspectos estructurales, veremos que la banca, el ámbito más capitalista del capitalismo, ha vivido estupendamente en tiempos de socialismo, acumulando ganancias fabulosas. Tanto que algunos banqueros (entre ellos, el dueño de la institución que trolea a los cheque-cheques, Juan Carlos Escotet) se han metido de lleno en la pelea de los señores más acaudalados de Venezuela, disputándole la distinción al magnate de la cerveza y los alimentos, Lorenzo Mendoza. Pese a esa condición boyante, la banca ha sido uno de los sectores más llorones del empresariado y también uno de los que más ha conspirado para derrocar a los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
El cinismo bancario tiene aspectos lacerantes. Por ejemplo, que mientras más ganancias acumulan, menos empleados tengan, como producto de la automatización intensiva de todas las operaciones. Usted trabaja como cajera en una agencia y su gerente le informa que va a dejar de ser cajera y se va a dedicar a enseñar a los viejitos de 80 años a hacer una transferencia por la página web. Usted pasa varios meses en esa tarea tan ardua y humanitaria, y cuando ya ha enseñado a suficientes viejitos, el gerente la vuelve a llamar y la despide. Es que ya usted no hace falta, porque los clientes se valen por sí mismos. Probablemente, para echarle un poco más de leña al fuego, el gerente le dirá que es culpa del Gobierno, que tiene ahogada a la pobre banca en gastos operativos.
Luego de sustituir paulatinamente a buena parte de su personal por cajeros electrónicos y puntos de venta, las grandes instituciones financieras han empezado a despedir también a estos últimos. ¿A quiénes?, preguntará el lector, pensando que se ha saltado alguna línea. Pues no: lo cierto es que la banca está botando a los telecajeros y a los puntos de venta. Antes de la situación crítica de la semana pasada, ya era muy clara esta estrategia de reducir el número de ambas herramientas de interacción con el público.
En julio pasado, Vicente Lozano, director para la Región Central del BOD, admitió en una declaración de prensa que los bancos privados estaban cerrando “una cantidad significativa” de cajeros automáticos debido a que el costo de mantenimiento generaba pérdidas. El vocero empresarial alegaba que, debido a la reducción del poder de compra de los billetes, la gente retiraba mayor cantidad de dinero y cada cajero debía ser surtido hasta cinco veces al día por los transportes blindados, “lo que genera costos terribles”. También argumentaba que a los aparatos se les dañan importantes piezas que son importadas y repararlos tiene un costo en divisas.
Pues bien, los bancos no solamente han retirado un gran número de cajeros automáticos, sino que también les han reducido el tiempo en servicio. “Muchos ahora funcionan en el mismo horario que el banco. Es ridículo”, comentaban en estos días varios usuarios en las afueras de una agencia en Boleíta.
En lo que respecta a los puntos de venta, los pequeños comerciantes venían reportando desde hace ya varios años que la banca les subía constantemente el límite mínimo tramitado. “Si no llegas a ese límite mensual, te lo quitan”, explica Carlos Alfonzo, propietario de una minitienda en San Antonio de Los Altos. La banca, que tiene tanta plata como alegatos, arguye que los aparaticos también son importados, no hay suficientes en el país y se dañan por exceso de uso. Lo dicen con tanto sentimiento que hasta provoca iniciar una colecta de fondos para ayudar a los sufridos banqueros.
Luego del escándalo del colapso de los puntos de venta, que provocó acciones policiales contra directivos de la empresa encargada del negocio, el servicio, lógicamente, mejoró. Pero todo indica que seguirá presentando déficit notables en su calidad. Tal parece que para la banca privada es un negocio trolear a sus clientes, sean estos “cheque-cheques” o usuarios avanzados del dinero electrónico.
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Por Clodovaldo Hernandez /Supuesto Negado