Si bien la situación económica ha reducido el consumo de bebidas espirituosas, no parece que esté próximo a desaparecer. Más bien los venezolanos han buscado alternativas etílicas para amenizar la rumba.
Otras alternativas están en los licores artesanales, en particular el miche y sus derivados. Este licor andino de alta gradación alcohólica resuelve por su alto rendimiento. Además, sus precios son asequibles y puede llegar a tener una gran calidad, sobre todo si no se comercializan de forma masiva.
El miche andino se obtiene a partir de la fermentación y sucesiva destilación de la caña de azúcar y en específico del papelón, en alambiques artesanales.
El proceso técnico de su preparación es antiguo y conocido. Primero se fermenta el papelón o la panela durante una semana. Luego el fermento pasa a un alambique, es aliñado con hierbas aromáticas y se deja cocinar a temperaturas altas y de allí se destila por tuberías de cobre.
Más interesante son los rituales y secretos que rodean un oficio que se aprende hereditariamente.
Por ejemplo, no se debe dejar entrar a nadie al alambique donde se destila porque de lo contrario se corre el riesgo de que le “echen un daño”.
“La destilación es asunto privado, íntimo; ni siquiera familiar, sino una danza entre el artesano y su materia”.
Cuenta José Roberto Duque en una crónica sobre el oficio que en esos casos hay que “rezarle unas oraciones al lugar y volver a clausurarlo, apartarlo de la curiosidad y la envidia de los curiosos”.
La bebida tiene varios derivados como la mistela, la canillita, el ponche de huevo, el calentadito andino y los aguardientes aliñados. Entre los aliños preferidos están los clavos de olor, la guayabita y el hinojo.
Otra alternativa es el cocuy que se produce en los estados Coro y Lara. El licor se obtiene de forma similar al miche solo que a partir del agave. Tiene también una alta gradación. Viene en dos variedades, puro y reposado.
Aseguran expertos que la bebida se conocía desde antes de la Colonia e incluso que se preparaba en los Andes. Por esto algunos califican el licor como originario o auténticamente venezolano. Posiblemente el miche haya sustituido al cocuy como bebida en la región tras la Colonia.
El cocuy tiene la desventaja de que el agave tarda ocho años para llegar a la madurez necesaria. Además, el sistema reproductivo de la planta dificulta su producción en grandes cantidades.
En sus formas artesanales ambas bebidas se consiguen por canales de distribución alternativos en zonas populares de las grandes ciudades.
Aunque hay gente que critica la persistencia del gusto y demanda por las bebidas espirituosas, esto no logra ocultar una verdad: no se trabaja solo para satisfacer las necesidades más estrictas, siempre se busca algo más, el momento del placer y la relajación pueden llegar a ser más importante que lo considerado esencial.
Son famosas las colas que se hacen en el Prolicor de la urbanización Bello Monte de Caracas y otras licorerías del país. En la licorería referida la fila se forma antes de su apertura, aunque por lo general la mercancía no se agota. Allí los precios pueden llegar a ser poco más del 30% menos con respecto a otros establecimientos.
Aunque la calidad de lo consumido ha disminuido considerablemente si se compara con años anteriores, es posible preguntarse si la demanda de estas mercancías ha disminuido en proporción a la crisis.
Especialistas aseguran que aun en tiempos económicamente adversos el consumo de bebidas alcohólicas y otras sustancias no desaparece. Incluso algunos sostienen que la máxima bíblica “no solo de pan vive el hombre” alude a lo espiritual en sentido amplio.
La ventaja de las cañas artesanales como el miche y el cocuy es que no solo ofrecen bajos precios sino también alta calidad.
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Por Julia Cardozo / Supuesto Negado