¿Por qué se desinflaron los embajadores paralelos de Guaidó?

En el terreno diplomático, quienes mueven los hilos detrás de Juan Guaidó creían que alcanzarían una victoria fácil. Tan pronto el diputado se autojuramentó, Estados Unidos, los países del Grupo de Lima y casi todos los de la Unión Europea le dieron respaldo. El mandado estaba hecho.

Pero, como en el beisbol, en la política internacional el juego no se termina hasta que se termina. Y el Gobierno del presidente Nicolás Maduro logró construir una respuesta eficaz a la estrategia de “cambio de régimen” mediante las decisiones de la llamada comunidad internacional.

Aritmética simple

Una de las respuestas ha sido netamente aritmética: los aproximadamente cincuenta Gobiernos que reconocieron inicialmente a Guaidó como supuesto presidente encargado constituyen la minoría del concierto mundial, pues en la Organización de las Naciones Unidas participan alrededor de dos centenares de países.

El constructo de la “comunidad internacional” quedó al descubierto. Es una denominación que se atribuyen los Gobiernos de los países que forman la hegemonía capitalista, fundamentalmente EE.UU. y Europa. Es el equivalente a la categoría de “sociedad civil” que se utiliza, en el ámbito interno, como contrapartida al concepto de pueblo.

La situación de minoría se hizo evidente en diversas mediciones de fuerza en instancias internacionales, incluyendo tres intentos de calificar a Venezuela como amenaza a la paz mundial, en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Embajadores del dicho al hecho

Uno de los fundamentos de la estrategia que se puso en marcha en enero era que el presidente autojuramentado hiciera designaciones de funcionarios diplomáticos para generar la percepción de que ya había entrado en funciones. Sin embargo, esto tampoco resultó de la manera que se esperaba.

Por un lado, organismos internacionales como la Organización de Estados Americanos −a pesar de la fanática militancia antichavista de su secretario general, Luis Almagro− han sido cautelosos con respecto a esos “embajadores”. Los países miembros están conscientes de que aceptar representaciones paralelas es abrir una puerta que luego, tal vez, no pueda cerrarse. Cualquier movimiento opositor, con el respaldo de algunos países poderosos, podría desplazar a un Gobierno legítimo de su escaño en un foro internacional u organismo multilateral. Es algo demasiado riesgoso.

Además, los enviados del pretendido Gobierno paralelo se toparon con adversarios formidables en los destinos a los que fueron asignados. Por ejemplo, el recién descongelado político socialcristiano Gustavo Tarre Briceño se encontró nada menos que con Samuel Moncada, un notable gallo de pelea. Hasta ahora, Tarre no ha podido hacer mucho más que aparecer en algunas fotografías en Washington, en compañía de Almagro y otros prominentes enemigos del Gobierno venezolano.

La expectativa en la OEA se centra ahora en que está por expirar el plazo para el solicitado retiro de Venezuela de este organismo. Algunos observadores opinan que si el Gobierno de Maduro deja el vacío, Tarre Briceño podría arrogarse la representación, aunque aceptarlo dependerá, nuevamente, de los otros países.

Ni siquiera en un terreno ampliamente dominado por EE.UU., como el de los entes financieros multilaterales, se ha podido establecer plenamente el paralelismo. El rebote contra China de Ricardo Hausmann, alegado gobernador de Guaidó ante el Banco Interamericano de Desarrollo, es una evidencia clara.

El tiempo pasa

Tal parece que para funcionar, la estrategia del reconocimiento internacional ha debido ser fulminante. Si se hubiese logrado generar una especie de tsunami diplomático inmediato a la autojuramentación de Guaidó, los países sumados al plan habrían reconocido a los embajadores paralelos y el Gobierno de Maduro habría quedado prácticamente en el aire, al menos en la esfera internacional. Pero al pasar los días y las semanas, ese plan se ha desgastado ostensiblemente.

Los diversos países lo expresan a su manera. Por ejemplo, la estricta Alemania se negó a reconocer como embajador al enviado de Guaidó, Otto Gebauer, bajo el alegato de que el presidente interino no convocó a elecciones en el lapso de 30 días que establece la Constitución para el supuesto de la falta absoluta del presidente, argumento central que se alegó para la autoproclamación.

Más pragmáticamente, el Gobierno de España expresó que sí, reconocen a Guaidó, pero saben que quien manda es Maduro, así que se entienden con él porque España tiene muchos intereses relacionados con Venezuela, incluyendo una nutrida colonia radicada en el país. Real politik le dicen a eso.

Curioso, por llamarlo de alguna manera, fue el caso del embajador de Francia en Caracas, quien (a través del cónsul) le pidió al Gobierno de Maduro −no al de Guaidó, a quien París reconoce como presidente− que le enviara cuatro camiones cisternas a su residencia para afrontar la crisis de agua.

Errores, ruidos y vivezas criollas

El cuadro de estos dos meses y tanto de política exterior paralela se completa con algunos resultados no muy felices que han dejado las primeras actuaciones de algunos de los “embajadores” en sus peculiares gestiones.

El caso de María Faría, la enviada por Guaidó a Costa Rica, fue significativo. Acompañada por unos personajes que al parecer son hijos del exgobernador de Guárico Eduardo Manuitt, la dama intentó apoderarse de la sede diplomática, causando un inusitado alboroto en la apacible San José. La cuestión fue tan bochornosa y antidiplomática que hasta el Gobierno costarricense, claro enemigo de Venezuela, tuvo que marcar distancia.

Algunas designaciones han causado ruidos internos en el clan del Gobierno interino. Así pasó con la beligerante opositora Tamara Sujú, presunta embajadora en la República Checa, a la que el propio Guaidó (pese a ser él quien la designó) ha calificado como “una persona tóxica”.

El anecdotario de los diplomáticos designados por el autodesignado tuvo otro momento estelar con el veterano dirigente adeco Antonio Ecarri, representante de Guaidó en España, quien pretendió pasarse de avispado al reunirse con integrantes de la selección nacional de fútbol para luego decir que la Vinotinto respalda al “presidente encargado”. La jugada terminó contaminando uno de los pocos espacios no tan polarizados del país y por poco le cuesta el puesto al seleccionador nacional, Rafael Dudamel.

Se diluye el consenso europeo

El eurodiputado Javier Couso, luego de participar en la votación de la décima resolución del Parlamento Europeo sobre Venezuela (a finales de marzo), aseguró que las fuerzas de la derecha, que habían logrado consenso para aprobar sus proclamas condenatorias del Gobierno de Maduro las nueve veces anterior, esta vez se dividieron.

“Hemos comprobado la división que hay en torno a Venezuela. Es la primera vez que el Grupo Socialista se ha abstenido y, en consecuencia, no ha sido una abrumadora victoria de aquellos que siguen la estela del extremismo de la oposición venezolana y, sobre todo, el extremismo de Trump que está buscando una guerra en América Latina”.

La actitud belicista de EE.UU. (“todas las opciones están sobre la mesa”) al parecer ha ahuyentado a algunos de los que hasta ahora habían sido aliados de la estrategia de “cambio de régimen” mediante la presión exterior.

Por Clodovaldo Hernández / Supuesto Negado