La imposibilidad de llegar a un acuerdo entre Gobierno y Oposición abre escenarios muy radicales. Sobre todo en la esfera económica y social. Quizá no tanto en la esfera política porque el Gobierno cuenta con mecanismos de estabilidad en el terreno militar, policial y mediático que disminuye las posibilidades de un cambio disruptivo. Por su parte, la Oposición se retira de la política y queda solo un contrincante jugando a sus anchas. Es un escenario, paradójico, de estabilidad política.
La esfera social, sin embargo, se va a ver sacudida por la acentuación de las sanciones, por la falta de inversiones en el área petrolera, por la disminución en la producción y transporte de alimentos. Todo ello traerá consecuencias que pueden llegar a calificarse de fatales por su impacto en los sectores más vulnerables.
La migración desordenada de sectores populares puede pasar de ser crítica a catastrófica, y de seguro incubará problemas graves especialmente para los países vecinos. Pero también el éxodo es una salida real a las familias que entran en situación de desesperación. Es, además, un atenuante de los problemas políticos y sociales, primero porque se van a incrementar las remesas directas a familias y luego porque abre expectativas a sectores muy deprimidos económicamente que de permanecer en el país podrían generar una mayor caotización.
Por otra parte, el fin del diálogo abre un escenario extremo con relación al Esequibo. Un país, a punto de ser considerado “fallido” por la casi totalidad de sus vecinos, tiene todas las posibilidades para ser “desmembrado” y los intereses que se están manejando, mediante Exxon Mobil en la Zona en Reclamación, implican un “apadrinamiento” a Guyana que dificulta la defensa al Estado venezolano quien solo podrá acudir al terreno jurídico internacional, donde las tiene todas perdidas. Una respuesta militar implicaría una intervención militar estadounidense que, según el diseño del “plan Balboa”, acarrearía una ocupación de la zona petrolera venezolana.
Ciertamente el sector Oficial se sentirá cómodo ganando una elección por “forfait” o con un adversario disminuido. Sobre todo cuando una hipotética entrega del poder podría implicar un riesgo grave a su vida y la de sus familias debido a todas las amenazas que reciben del liderazgo opositor. Como dijimos, el oficialismo cuenta con una visible unidad militar y policial que no vislumbra fisuras en los próximos 6 años que duraría el siguiente mandato. Además, a diferencia de gobiernos anteriores, puede manejar los disturbios sociales que están ocurriendo sin grandes daños, al menos sin que tiendan a generalizarse y coordinarse en tiempo y espacio. Es decir, el escenario del juego político, con un solo actor, hace que el Gobierno se sienta exento del acrecentado malestar social y que no tenga que arriesgar su zona de confort en la corta campaña que viene. Tampoco que se vea obligado a cambiar el esquema económico lo que podría traer malestar interno con los intereses del sector burocrático importador.
Sin acuerdo y sin candidato opositor, o con uno de bajo perfil, no habrá oferta electoral razonable ni expectativas de cambio de dirección en las políticas económicas basadas en la ganancia sobre la importación y la consecuente disminución de la producción nacional.
Fin del diálogo: ¿culpa de quién?
Más que culpa, en esta situación hay miedos y amenazas. Por un lado el Gobierno siente las amenazas ya mencionadas, directas a su vida y las de sus familias. Por el otro, la Oposición, prácticamente en el exilio o inhabilitada de participar en la política, obedece más a razonamientos radicales que le impiden sentir que tiene cosas concretas que perder, más allá de la toma del poder político. Con el “fin del diálogo” no pierde ni el Gobierno ni la Oposición, pierde el país, que vislumbra un escenario de hambre, paralización y desmembramiento. La Oposición queda bien con sus financistas y su nicho político y el Gobierno queda bien con la monopolización del poder y el control de las importaciones.
La extrema desprotección que se siente con especial crudeza en el terreno alimentario, genera la consolidación de una peligrosa tendencia actual que implica la mayor fuga de inversión que se ha dado en la historia venezolana: la emigración de nuestro “bono demográfico” intensamente financiado en la educación, alimentación y modo de vida. Es decir, los millones de migrantes venezolanos han sido, en los últimos 20 años, beneficiarios directos del Estado y la renta petrolera. Representan una millonaria inversión para su capacitación en el desarrollo del país y ahora van a hacer lo suyo en los países de acogida. Jóvenes con 15 o 20 años de educación pública, receptores de políticas sociales y alimentarias serán constructores, deportistas, artistas, médicos y profesionales en toda América latina. A esto nos referimos cuando decimos que Venezuela entra en un marco de disgregación interna que le impedirá plantearse el desarrollo por varias generaciones.
Pero por otro lado, los migrantes traerán estabilidad económica a millones de familias que de otro modo estarían sentenciadas al hambre. También tendrán la disponibilidad económica para reinventar el imaginario venezolano desde el exterior. Todo ello da cuenta del extremo debilitamiento del Estado-nación en la reproducción de la vida política de la República. La remesa es una especie de privatización de la esfera pública porque el Estado deja de ser árbitro o agente importante en la política económica. Por otro lado, los nuevos sectores vulnerables vendrán a ser aquellos que no tengan hijos y parientes cercanos que puedan emigrar o los que no tengan dolarizados sus ingresos. Finalmente, la remesa es el golpe final a la moneda nacional ya menguada por la dolarización de facto en la economía.
En fin, la imposibilidad de un acuerdo y el consecuente abandono de la política abre las posibilidades no solo de acentuación de la crisis social o de la estabilización “eterna” del Gobierno sino también de un “quiebre de sentido” en la Nación. Los migrantes se convierten en los agentes de “salvación” económica y la política “estabilizada” termina totalmente privatizada por los actores en el poder. Mientras el chavismo como sujeto, se diluye como objeto de políticas sociales de beneficencia. ¿Hay modos de salir de este callejón? Por los momentos no, pero la actualidad venezolana sorprende día a día y los cambios son imprevisibles, así que podríamos estar en presencia de nuevos acontecimientos que hoy no podemos adelantar. Habrá que esperar.
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Por Ociel López / Supuesto Negado