Sifrinismo y violencia: una relación entre las clases altas y la abstención electoral en Venezuela

Hay un consenso general sobre la abstención opositora como causa central de la victoria chavista. Hay un dato potente para llegar a esta conclusión: el 15-O el chavismo sacó la misma cantidad de votos que en diciembre de 2015 cuando obtuvo una estruendosa derrota (5 millones y medio de votos). En 2017, con el mismo resultado, ha logrado senda victoria. Dos millones y medio de electores que acompañaron a la oposición en 2015 no lo hicieron este 2017.

Pero las razones de la abstención son el quid del asunto. A diferencia de sociólogos chavistas como Maryclen Stelling y Oscar Schemell, hay interpretaciones que consideran que las “bases opositoras” no se abstuvieron porque la MUD haya escogido la protesta violenta (guarimba) como vía central para despojar del poder al chavismo o por los paros y trancazos (a que ellos mismos fueron sometidos), sino todo lo contrario, el desánimo de sus seguidores, los “votos duros” (perdidos en la última contienda), es por no ser lo “suficientemente violenta”, “rupturista” y “sediciosa”.

Abundantes matrices desde las cuentas opositoras radicales contra el CNE, contra el proceso electoral, contra la MUD, se posicionaron durante la campaña. Especial repercusión tuvieron las posturas públicas de figuras como María Corina Machado, Carlos Fernández de Televen y todo el exilio mayamero, conducido por Almagro, quienes expresaron desconfianza en la necesidad de votar y argumentaron que había que abstenerse debido a que la MUD no acató el “plebiscito”, ni lo llevó a sus máximas consecuencias. Ellos no lideraron nada, ellos repitieron el concepto familiar-mantuano sobre la política nacional.

Este llamado tuvo especial impacto en los territorios de la clases media y alta. Si analizamos el paradigmático estado Miranda tenemos que, de haber mantenido el número de votos de diciembre de 2015, la oposición hubiera ganado con suma facilidad. Entre aquellas elecciones y el 15-O se puede constatar que 136.763 electores que en 2015 votaron por la oposición, no votaron por ellos este 2017, mientras que la diferencia entre ambos candidatos a la gobernación quedó en 85.800 votos a favor del PSUV. Los municipios históricamente antichavistas registraron una altísima abstención en comparación con los municipios chavistas (36.802 electores dejaron de votar por la oposición en Baruta, 12.785 en Chacao, 8.814 en El Hatillo en comparación con el 2015).

¿Por qué se produce esta escisión en la oposición entre quienes quieren votar y los que no? ¿Es la división con AD y sus gobernadores una división terminal o coyuntural? ¿Qué lleva a millones de antichavistas a dejarle el camino abierto al chavismo, especialmente después de haber ganado en 2015 y haberle demostrado al país un gobierno débil, tambaleante? ¿Vuelven los significantes de la “lucha armada” contra la vía electoral?

Clases altas y abstención:

Si algo caracteriza el choque político nacional, tanto para chavistas como para opositores, es la forma cómo se presentan las clases altas en la palestra pública. Muchas veces, el roce diario y el discurso aterrador que las cúpulas de ambos bandos producen, impide entender la participación que hacen las clases altas en la política nacional. Como adversaria o aliada, la clase alta quiere trasladar su preponderancia económica a las reglas políticas y ello le genera impotencia y soberbia porque no entiende el juego político como instrumento de “conquista” de los sectores populares. Por ello, puede ser catalogada de “irracional” desde los parámetros típicos de la política tradicional. No le interesa convencer, sino mandar. Plantea el debate público desde la misma visión supremacista según su configuración en la pirámide social. Esto hace que denuncie a cualquiera de sus aliados como “traidor”, “colaboracionista” y “prochavista” si entra en el juego democrático. Esto explica la abstención, pero también la ruptura postelectoral con AD y sus 4 gobernadores que triunfaron. Algo como: si el sifrinaje no arrebata, prefiere no ganar. Pero negociar de tú a tú con los sectores populares, incluyendo los antichavistas, es un absurdo para el sifrinaje como clase-en-sí.

En Venezuela, todos los factores políticos deben intentar comprender que hay alrededor de esos 2 millones de electores, ubicados en las “urbanizaciones históricamente antichavistas”, que prefirieron que el 15-O ganara el chavismo por sobre sus aliados. Prefirieron abstenerse, prefirieron no activarse, no hacer campaña, no salir a votar. Y que ganara el chavismo. Los sectores de la aristocracia caraqueña, valenciana, barquisimetana y sus seguidores de la clase media desdeñaron a sus compañeros de fórmula que son capaces de dialogar con el chavismo para que “entregue el poder por las buenas”.

La manera como la clase alta ve a la clase política y a las bases de los partidos aliados puede ser traducida en una tendencia de Twitter que se posicionó varias veces: #PeorQueElChavismo o #MUDPeorQueElChavismo

Esto plantea un interesante escenario de disputa a lo interno de la oposición en tanto no se trata de una división coyuntural sino de la expresión de dos tendencias históricas e ideológicas. Una, la de los mantuanos, las grandes familias. Y otra, de la oposición “de base” que, aunque sin liderazgo, ya estaba creciendo lo suficiente como para debilitar las directrices del mantuanaje y producir un antichavismo popular, más enemigo de las élites que del chavismo mismo. Obviamente este es el escenario que intenta controlar AD y sus derivados y por eso se decide a juramentar sus gobernadores en la ANC por sobre su alianza con el “mantuanaje”. ¿O es que acaso los gobernadores de Nueva Esparta y Táchira, adecos hasta los tuétanos, no tienen más intereses comunes con los chavistas que con el sifrinaje caraqueño?

No hay una “derecha crítica” porque no hay un proyecto común que alguien haya desviado. Es que realmente son dos proyectos diferentes. Uno que es excluyente, racistamente blanco. No le da vergüenza el supremacismo. Lo llevan consigo, y a partir de allí, prefieren a Santos, a la oligarquía colombiana o al rey de España, que cualquier salida popular. Son oligárquicos de verdad, de corazón. Y no quieren que otro “adeco”, “recién vestido”, sea el que los gobierne. Desde que Marcel Granier lanzó su “generación de relevo vs el Estado omnipotente”, los ricos decidieron tomar el poder que les ha sido esquivo desde la Independencia, y todavía lo desean con tanto ahínco que los únicos candidatos que aceptan son los hijos de sus familias: Capriles, Mendoza, Machado, Zuloaga, aunque con ellos pierdan de manera recurrente. Pero solo de imaginarse un candidato popular ya patean la mesa. Es a eso lo que ellos llaman “Chavismo”.

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Por Ociel Alí Lopez / Supuesto Negado